Este seco y roído cansancio es,
tras muy poco meditarlo,
ya casi un cierto inquilino perenne.
Habita por entre los huesos,
incluso dentro de ellos,
en unos raros espacios que,
me cuesta explicarlo,
crujen, mugen, exigen,
a cada paso, en cada descanso.
No es que sea muy exigente,
pero por ahí dentro anda,
suelto, callado, espectante.
Mas, cuando le toca,
cómo se reivindica,
cómo hegemoniza.
No es cuestión de ignorarlo,
ni de comprenderlo, siquiera.
Está, y ha venido para quedarse.
lunes, 20 de septiembre de 2010
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