Ya llevaban los romanos unos siglos haciendo calzadas y viales antes de instalar en la Colonia Inmune una revolucionaria superficie de rodamiento continua (viae) que permitía un tránsito más cómodo, los stratis lapidibus o enlosados, los afirmados o injecta glarea y los sencillamente aplanados o terrenea, dependiendo de la jerarquía urbana del entorno. Los stratis lapidibus eran recubiertos de cantos planos (incerti) que se asentaban en el terreno a golpe de martillo y otras con piedras o losas labradas para obtener con ellas un perfecto ajuste (quadrati); a las injecta glarea pertenecen la mayor parte de las vias romanas. Con ellos aparece el primer pavimento de adoquines de la ciudad. Su perdurabilidad secular es el mejor testimonio de la calidad de ejecución del trabajo, y de la factibilidad del sistema constructivo.
Posteriormente aparecieron las superficies constituidas por adoquines de granito, un pavimento de muy fácil terminado, ya que no intervienen procesos térmicos ni químicos, ni períodos de espera: debido a la sencillez del proceso constructivo, toda la estructura del pavimento se puede construir y dar al servicio en un mismo día, por lo cual las interrupciones en el tráfico son mínimas y se logran economías en tiempo, equipos, materiales, costos financieros y sociales. Todos los procesos son sencillos y requieren de la utilización de poca maquinaria. La labor de colocación de las piezas es artesanal: se utiliza mano de obra, que, según se organice el proceso constructivo, se puede multiplicar al crear varios frentes de trabajo simultáneos.
Sencillo, barato, y perdurable, pacifica el tráfico urbano, y eso resulta intolerable.
Sencillo, barato, y perdurable, pacifica el tráfico urbano, y eso resulta intolerable.
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