domingo, 6 de junio de 2010

Perder la cabeza

Todo lo que rodea a Lamberto en Zaragoza es para perder la cabeza.
Trabajador en el campo zaragozano (no se sabe si de los tiempos de la Caesaraugusta romana, o de la Salduba musulmana), a cuenta de un señor "infiel" que odiaba muchísimo a los cristianos, tanto que no podía vivir con la cosa de que uno de sus siervos lo fuera. Era tal su inquina, que le obligó a renegar de su fe, y Lamberto, como buen maño, pues no era muy dialéctico, florentino, con "seny", o sentido "british". Y otro que tal cual, en lugar de aceptar su cerrada obstinatio, el tal señor don decapita a Lamberto, seguramente con sus propias manos, y tremenda cimitarra sarracena en mano, y le causa incurable daño al maño.
Hasta el infinito y más allá, Lamberto no se cubica bien en el post mortem pagano e infiel, y decide darse un peripateo desde la periferia zaragozana hasta la ciudad compacta, hasta allí donde celebran permanente jarana los muertos por la fe sin número, empadronados en la Huerta de Santa Engracia. Cabezudico colosal, tomó en sus manos la cabeza, ya seccionada del tronco, y a despecho de transitorias paradas cardio respiratorias, anduvo hasta la Cripta con un sentido de la orientación, una vista, y un aplomo muy dignos. El espectáculo de su llegada Zaragoza debió ser tal que una visita papal, o de Shakira. Ya que había hecho el camino, fue definitivamente sepultado en la colectiva Cripta de Santa Engracia, en donde puede ser localiado, previa escarda entre innumerables restos óseos. Así son las cosas, y así se las hemos contado.


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