A don Ramón Pignatelli de Aragón y Moncayo Carrafa Fernández le costó no pocos sofocos afrontar la empresa de promover el Canal Imperial de Aragón, precisamente en su tierra, con sus paisanos de clase. Aunque emparentado con tres de lo más importantes patrimonios nobiliarios de Aragón, lo que le clasificaba sin ambages en la zona noble de los estamentos sociales, la empresa del Canal le generó importantes resistencias, tanto entre la nobleza, incluyendo algún familiar directo, el cabildo catedralicio del que formaba parte, y entre la oligarquía ganadera de Zaragoza.
Aparte de posibles celos, envidietas, y rencores acumulados, se trataba de una lucha por el poder. La modificación en la correlación social de fuerzas relacionada con los potenciales cambios económicos propiciados por las transformaciones agrícolas y comerciales vinculadas al Canal, fueron causa más que justificada para que los beneficiados por el statu quo vigente plantaran batalla a muerte ante la posibilidad de ver menguados sus privilegios.
Empeño y tozudez, definitorias del indígena aragonés pretecnológico, sin duda le propiciaron la suficiente mala leche como para no reblar ante la resistencia de los de su clase, precisamente los de su clase. El Canal se hizo. No se ha de hacer.
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