me dijo el barquero,
de nombre Caronte,
que pusiera más brío, hombre,
que no protestara tanto,
que los pontoneros no estaban,
y había que cruzar remando.
Malhumorado, taciturno,
tal vez por lo monótono de la ocupación.
Aherrojado y anclado a férrea disciplina,
a oxidada obediencia debida.
Popular guía en este tránsito constante,
ya por castigo, ya por propia voluntad,
de una ribera a la otra,
de Monzalbarba a Alfocea.
Ir y volver, una y otra vez.
Óbolos, si muertos, o bolos, si vivos.
Que todo fluye: las economías,
las vidas, las repúblicas.
Que los ejércitos, permanecen.
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