Desde la Jefatura del Estado hasta las cloacas de la democracia, un fantasma recorre la estancias de las instituciones más representativas (los bancos, los palacios arzobispales, los despachos cuartelarios), y toma cuerpo en tres colores, tres.
Monarquía, iglesia católica y democracia, como si algo tuvieran que ver las dos primeras con la tercera, y si alguien lo pone en duda, ¡que le corten la cabeza!
Leyes injustas, leyes mejorables, leyes que nunca serán, porque las leyes son porque alguien quiere que sean así, que no caen del cielo por la gracia de dios.
Economías de mercado asociadas a la libre elección, a la libertad, cuando todos saben, hasta el ministro de las economías, que esto no es así ni en los cuentos de niños.
Valores desvalorizados, culturas desculturalizadas, la nada más absoluta.
Tolerancia en lugar de justicia, caridad en lugar de redistribución.
Medios de información que desinforman, mienten, en nombre de la responsabilidad social corporativa.Tolerancia en lugar de justicia, caridad en lugar de redistribución.
En medio de este panorama, los únicos que lo tienen claro, crecen, se multiplican, y se refundan, de mano de nacionalistas antinacionalistas, de fundamentalistas antifundamentalistas, de provida pro pena de muerte.
Y los tres colores siguen con su reto: otro mundo es posible, y para ello hay que poner el mundo patas arriba, que las cosas tal y como están dan para lo que dan, y poco más.
Viva la República.
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