Este Vigo también pertenece a un mundo perdido, de cuando las cosas de entonces parecían tan sencillas como ahora lo son para quien así las quiere, o puede, ver.
Cosas sencillas como adquirir viandas, bebidas, componer conversaciones sobre la vida que nos toca vivir, y sobre la que añoramos, sin conocer. Y todo en el barrio, en el pueblo construido de los pueblos que abandonamos.
Cosas sencillas como adquirir viandas, bebidas, componer conversaciones sobre la vida que nos toca vivir, y sobre la que añoramos, sin conocer. Y todo en el barrio, en el pueblo construido de los pueblos que abandonamos.
Como un almirante hundido con su barco, ahora este Vigo huele también a pasado. No hay óxido, ni sal, ni petróleo diluido, ni maderas podridas, ni acuáticos viandantes, pero es también un naufragio con todas las de la ley, sin supervivientes.
Otras decenas de Vigos como éste jalonan una ciudad centrípeta que juega a ser centrífuga y que, sin ser ignífuga, juega con fuego a serlo.
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