El modo de conocimiento de la realidad que hoy prevalece, sobre todo en el ámbito de la política, es el conocimiento imaginario, un conocimiento que Spinoza definía como inadecuado, pues nos presenta los efectos separados de sus causas. Este conocimiento confuso que obtenemos por los sentidos, o cuando sabemos algo de oídas, se basa en la fe y no en una inferencia lógica. Es un conocimiento basado en ideas inadecuadas e incompletas cuya causa no es nuestra capacidad de conocer sino una determinación exterior a esta, que puede ser por ejemplo la palabra o la imagen transmitidas por los medios de comunicación, o más bien de propaganda.
Ante estas imágenes y palabras somos estrictamente pasivos y es indiferente que González, Buffett (financiero de Wall Street que afirma que "hay guerra de clases, pero la estamos ganando nosotros") o el mismísimo Hitler digan una verdad o una mentira. El efecto de esas palabras e imágenes no será un conocimiento verdadero, porque no constituyen un verdadero conocimiento. Tal es el efecto de esa "estetización de la política" que ya denunciara Walter Benjamin en los años 30.
El conocimiento imaginario, aquél que sólo reconoce verdades de la fe (en lo que otro nos revela) y no conoce las de la razón y el entendimiento (que investigan las causas), es el que acompaña a todo tipo de servidumbre. Nos encontramos así ante una enorme dificultad a la hora de discernir lo verdadero de lo falso, pues no existe ningún criterio que permita hacerlo.
Para conocer la falsedad, es necesario conocer la verdad, pero esto resulta imposible desde la imaginación. En una coyuntura adecuada, uniéndonos a otros individuos de forma que aumente nuestra capacidad de actuar, es posible llegar a la verdad no mediante la trascendencia divina, sino por la construcción activa de lo común. Una vía es, entre otras muchas cosas, el lenguaje que nos pertenece a todos y sobre el que el poder puede muy poco. El lenguaje tiene gramática pero no gobernantes ni gobernados. A partir del lenguaje es posible interpretar los enunciados de los poderosos, de González, de Zapatero, de Hitler o de Ratzinger como fenómenos naturales cuyo conocimiento no requiere ninguna revelación, ni la de Dios ni la de sus autores, sino una investigación de sus condiciones de producción y de existencia. Es posible así investigar las causas y efectos del lenguaje del poder y obtener sobre él un conocimiento verdadero que nos permita afirmar una verdad, pero sobre todo una potencia al margen de él.
El conocimiento imaginario, aquél que sólo reconoce verdades de la fe (en lo que otro nos revela) y no conoce las de la razón y el entendimiento (que investigan las causas), es el que acompaña a todo tipo de servidumbre. Nos encontramos así ante una enorme dificultad a la hora de discernir lo verdadero de lo falso, pues no existe ningún criterio que permita hacerlo.
Para conocer la falsedad, es necesario conocer la verdad, pero esto resulta imposible desde la imaginación. En una coyuntura adecuada, uniéndonos a otros individuos de forma que aumente nuestra capacidad de actuar, es posible llegar a la verdad no mediante la trascendencia divina, sino por la construcción activa de lo común. Una vía es, entre otras muchas cosas, el lenguaje que nos pertenece a todos y sobre el que el poder puede muy poco. El lenguaje tiene gramática pero no gobernantes ni gobernados. A partir del lenguaje es posible interpretar los enunciados de los poderosos, de González, de Zapatero, de Hitler o de Ratzinger como fenómenos naturales cuyo conocimiento no requiere ninguna revelación, ni la de Dios ni la de sus autores, sino una investigación de sus condiciones de producción y de existencia. Es posible así investigar las causas y efectos del lenguaje del poder y obtener sobre él un conocimiento verdadero que nos permita afirmar una verdad, pero sobre todo una potencia al margen de él.
John Brown, Felipe González: Más allá de la verdad y la mentira
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=116646
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