
Interpretaciones memorables, de las que te acuerdas, que recuerdas, que cuesta desatarse de su lazo. Una historia sencilla, tan antigua como el temor a la muerte. Unos pocos personajes para componer una trama simple, humana, de relaciones conflictuales sobre el amor, la sociedad, los valores, la hipocresía como llave que todo lo abre, cierta justicia poética que, aunque sea sólo una vez, ni indigesta ni resulta repulsiva. Un imaginario polisinfónico entorno a sensaciones, a deseos, a miedos. Unos efectos especiales que aniquilan el dogma de que sólo lo real es real, porque se trata de irrealidades que están dentro de nosotros, que nosotros construimos tal vez para sobrevivir, sólo sobrevivir.
Un feriante, su hija, el demonio, un enano, un oportunista, un sincero, unos amigos que salen de un pub, una familia de paseo por la feria, unas señoras de clase altísima de compras en un lujososo centro comercial, unos delincuentes rusos, unos "bobbyes", una fundación para niños abandonados... humanos todos, proletarios de la existencia al fin y al cabo, unidos por Terry Guilliam en un sin par, necesario y crepuscular filme que crecerá con los años, como casi todo lo bueno y perdurable, que no es mucho, que casi más bien es muy poco. Disfrutémoslo.
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