lunes, 27 de septiembre de 2010

Demos cracias

La palabra democracia es muy popular. Hoy no hay país en el mundo cuyo gobierno no reivindique ser el gobierno de una democracia, pero parece haber muy poco acuerdo acerca de lo que queremos decir cuando decimos que un país es democrático. El problema es muy claro en la misma etimología del término: –demos, o pueblo, y kratia, dominio, la autoridad para decidir. Pero ¿qué queremos decir con dominio? ¿Y qué queremos decir con pueblo?
Lucien Febvre nos mostró lo importante de mirar la historia de una palabra. La democracia no fue siempre tan popular universalmente: arribó a su uso común político moderno durante la primera mitad del siglo XIX, sobre todo en Europa occidental. Entonces, tenía las tonalidades que hoy tiene el terrorismo.

La idea de que el pueblo pudiera mandar era considerada por las personas respetables como una pesadilla política, soñada por radicales irresponsables. De hecho, el objetivo principal de las personas respetables era asegurarse de que no sería la mayoría de la gente quien tuviera la autoridad de decidir. La autoridad tenía que dejarse en manos de personas que tenían intereses en conservar el mundo como era, o como debería ser. Éstas eran personas con propiedades y sabiduría, que eran consideradas competentes para tomar decisiones.

Tras las revoluciones de 1848, en la cual el pueblo se levantó en revoluciones sociales y nacionales, los hombres con propiedades y competencia se fueron atemorizando. Respondieron primero con la represión, y luego con concesiones calculadas. Las concesiones eran admitir a gente, lentamente y paso a paso, a que votaran. Pensaron que el voto podría satisfacer las demandas del pueblo y en efecto lo cooptaría a que mantuviera el sistema existente.

Durante los siguientes 150 años, esta concesión (y otras) funcionaron hasta cierto punto. El radicalismo fue acallado. Y después de 1945, la propia palabra, democracia, fue cooptada. Ahora todos alegan estar a favor de la democracia, que es donde estamos hoy. El problema es que no todo el mundo está convencido de que todos vivimos en países verdaderamente democráticos, en los cuales la gente –todo el pueblo– sean quienes en verdad mandan, es decir, toman las decisiones.

Una vez que se escoge a los representantes, con mucha frecuencia no cumplen las demandas de la mayoría, u oprimen a importantes minorías. La gente reacciona con frecuencia, protestando, con huelgas, con levantamientos violentos. ¿Es democrático que se ignoren las manifestaciones? ¿O lo democrático es que el gobierno se pliegue y se someta a la voluntad del pueblo?

¿Y quiénes son el pueblo? ¿Son la mayoría numérica? ¿O hay grupos principales cuyos derechos deben garantizarse? ¿Deben grupos importantes contar con una autonomía relativa? ¿Y qué clase de compromisos entre la mayoría y las minorías importantes constituyen resultados democráticos?

Quizá debamos pensar que la democracia es una reivindicación y una aspiración que no se ha concretado aún. Algunos países parecen ser más antidemocráticos que otros. Pero, ¿acaso hay países que puedan demostrar ser más democráticos que otros.

Inmanuel Wallerstein, Democracia, ¿en todas partes, en ninguna parte?

http://www.jornada.unam.mx/2010/09/25/index.php?section=opinion&article=024a1mun


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los españoletes se merecen esto.
Y se merecen una coalión Belen Esteban-luisa Fernanda.

José María Ballestin Miguel dijo...

Como agrupación humana determinada, los españoletes nos merecemos otra cosa mejor que, ahora mismo, no existe, que está en construcción.